lunes, 1 de abril de 2013

El arcángel

Miraba alrededor para lograr verle, pero jamás le encontré. Mis días pasaron mientras veía su ceniciento rostro, a diario, en mis sueños.

Me imaginaba rozando los botones de su camisa con mis dedos, mientras él susurraba mi nombre con dulzura y movía sus delicadas manos a lo largo de mi espalda, haciendo que todo mi cuerpo se estremeciera. Yo comenzaba a acariciar su espalda desnuda, subiendo poco a poco, tocándole  tan dulcemente como mis dedos me permitían, los brazos, los hombros, el cuello, acabando en su angelical rostro para así grabarlo en mi memoria y recordar sus largas pestañas negras, sus marcados pómulos, su perfecta mandíbula, sus finos labios. Me decía que teníamos una atracción inevitable, que el destino y los dioses habían querido que nos encontráramos en el camino, y que jamás nos separaríamos.

Poco después, despertaba con lágrimas en los ojos sabiendo que todo había sido un sueño, con un dolor agudo en el pecho y recordando que él ya no estaba a mi lado.

El dolor, es señal de que estoy viva.